Erase una vez una mujer pegada a una bata de dos libras el kilo que miraba todas las tardes por su ventana, en un conjunto residencial de las afueras de Madrid. Puntual a su cita, de 14:30 a 18:25, aquella mujer siempre era, observando los repentinos cambios que aquel exterior tan incierto mostraba de vez en cuando y sólo sutilmente, aunque siempre sorprendentemente.
Aquella bata de suave tacto y pureza perdida, nunca había conocido el sueve tacto del agua en relación con el jabón. Aquellos sueños de blancos días habían desaparecido, y ella ya sabía que nunca más regresarían. Tan sólo la resignación era su único recurso y la enseñanza mejor aprendida. Así pues, pasaban los días, y a medida que estos pasaban, los acontecimientos de detrás de la ventana se hicieron más y más parecidos. Llegó el momento en el que los lunes eran exactamente iguales a los miércoles, mientras los jueves apenas se distinguían de los domingos. Fue entonces, cuando solo quedaron dos opciones. Había llegado la hora en la que la negación no podía seguir estando tan presente en su pequeña existencia. Podía morir. Primera opción no despreciable aunque bastante trillada, para ser francos. La eterna redundancia del deprimido sin prozac y el romántico sin oficio legal. Y por cierto ¿sería ella capaz de simplemente dejar de existir? ¿y si todas aquellas figuras celestiales eran en verdad ficciones y detrás de la muerteno hay absolutamente nada mejor? No. No podía arriesgarse a tal desfachatez y que la acabasen reciclando para ser un conjunto mal cortado de Bershka ¡qué diría su madre!
Y entonces ¿qué?
Aquella mujer había perdido toda aspiración a la locomoción. Las manchas devino tinto se superponían ya. En su embriaguez más absoluta se pasaba los días recordando cosas que carecían actualmente de todo sentido. Como el día de su primer beso o de la vez en la que golpeó a aquella niña de la ortodoncia por haberla llamada puta. Ya nadie la llamaba nada. Eso lo sabía ella. Ni siquiera cosas fuera de tono. Lo normal para alguien que vive en ese barrio y que lleva esa actitud por delante.
Tal vez la anestesia etílica era su mejor aliada. Aunque lo ciero es que no era del todo eficaz. Algo si, pero no del todo. Hay que reconocerlo.
¿Y la otra opción?...
¿Qué opción? Hay tantas y tan variadas. EL eterno abanico de colores tantas veces visto.
En su pequeña cabecita de poliéster se empezó a maquinar un plan.
Ya puestos, empezó a consultar ciertas cosas de los más ilustres pensadores de la época actual, o nowadays, como dirían algunos...pero ni google, ni youtube, ni siquiera facebook le ayudaron en su pequeña tragedia rutinaria. Las cosas se fueron reduciendo. Y aunque ella no quería, debía. Decidió que ya era el momento .......
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