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jueves, 7 de enero de 2010

CAPITULO 1: KIMO

Uno. Dos. Pum. Cinco, seis. Pum. Nueve, diez. Fussssss. Se detuvo y la vida con ella también.


Otra vez sin diamantes. Ya se lo había advertido el señor Pitwick. Siempre hay que fijarse que en la caldera haya  suficientes diamantes . Mira que se lo había repetido cinco veces cada cinco días durante cinco meses. Nada. Aunque, por otro lado, es algo bastante normal. Siempre había tenido problemas para concentrarse. Las pequeñas cosas de la vida son suficientes para transportarle a la abstracción más pura. Hoy fueron esos patines de madera de roble alciano canadiense. Nunca había visto nada igual. Tan pequeños y tan llenos de posibilidades. Se había pasado el día entero visualizando como sería ser el dueño de aquellos patines. Horas enteras soñando como serían su olor, su tacto y el suave golpeteo de la brisa sobre su cara deslizándose por la oficina. Pero sobretodo, lo más inquietante, y lo que  realmente lo tuvo horas de parálisis mental en horario laboral, era el saber cómo habían llegado hasta ahí, a su pequeño mundo de nimiedades monótonas y bolsas llenas de diamantes. Tal vez los habían traído los del departamento de Importaciones y exportaciones de la planta 35. O tal vez no. En fin, eso ya no importaba ahora. Tiene que apresurarse.  Tiene que extraer los diamantes del rio caliente y meterlos en el horno antes de que todo empiece a marchitarse y el señor Pitwick se entere de su nuevo despiste. Para tal ordinaria tarea, lo primero que tiene que hacer Kimo es despojarse de esos guantes desgastados  de fieltro barato gris y ese humilde delantal de nylon y cambiarlos por el único traje antitérmico de protección de toda la planta con sus respectivo guantes de fibra de carbono monoxigenado. Kimo no puede respirar. Tantas meriendas y cervezas domingueras están empezando a ser un increíble fastidio. Dios. Cómo odia el traje. Pero como bien se informa en el curso de iniciación para los manipuladores y auxiliares de la sección 35B14D; el río se encuentra a una temperatura de 1400ºcelsius, así que se aconseja específicamente, y según los controles de calidad aprobados por el ministerios de faltas y accidentes, el uso de  toda protección ( por muy nimia que sea)  que sea absoluta y coherentemente vital. 
El cable extractor no se encuentra por ningún lado. Estupendo. No le queda más remedio que buscar la zona menos profunda y recoger los diamantes con sus propias manos. Nunca le ha gustado el color de estas aguas ni su olor a concentración de azufre caducado, pero un empleo es un empleo, y en los tiempos que corren, uno no le puede hacer ascos a nada. Primer problema. Kimo es muy bajito y sus brazos no son muy largos. Se estira todo lo que su pequeño cuerpo le permite. ¡Por Dios! ¡Que mete la cabeza! ufff.  Por cuatro milímetros...casi mete la cabeza en el agua. Está bien. No queda mucho tiempo. Tiene que darse prisa. Una vez llenado el saco con suficientes diamantes, Kimo se libera del traje y emite un increíble suspiro. Tiene los brazos alarmantemente rojos. Un poco más y se hubiese cocido vivo. Con toda la rapidez que le permite la fuerza de sus brazos, Kimo puede descargar el precioso contenido de la bolsa en el hambriento horno. Uno, dos, tres… mmm…cuatro, cin... La maquina no se pone a trabajar. Permanece fría e inmóvil. Seis, siete… “vamos, vamos, condenada maquina de las narices”... trece, catorce “Por favor, Señor, haz que se ponga a funcionar” Si la máquina no se pone en funcionamiento todo acabará muriendo y Kimo será despedido. ¿Qué le iba a decir a su familia? ¿Qué se había olvidado de echar los diamantes en el fuego por unos estúpidos pero bien olorosos patines? ¡Con que claridad se le aparecen ante sus ojos la cara de Aivis y la de sus diecinueve descendientes! Todos pensarán que en verdad es un fracasado y que no se merece semejante vida ni semejante familia. Aquel fracasado al que ni sus padres le llaman por Navidad. Incluso ¡le podrían desterrar! Y entonces, ¿qué haría? ¡Se moriría! No es nada guapo ni alto, ni fuerte. Solo es un tipo bajito, ya entrado en los cuarenta, de brazos cortitos y nada atractivo. Bueno, un poco sí. Algo. Esta bien, hace tiempo que ha perdido el cabello del primer cuarto de su cabeza. Pero los calvos siempre tienen su atractivo...El problema es lo demás. Sus músculos se han ablandado formando esa masa amorfa y colgante que con muy poca precisión llama cuerpo. Un cuerpo redondeado, sin gracia alguna. Eso es lo que posee. Sólo es un tipo normal de hábitos tranquilos y hogareños. ¡Dios! ¡Se lo comerán vivo! 


La máquina sigue inerte. Con cada minuto que pasa, la desesperación de Kimo crece exponencialmente. 


Unos pasos distantes interrumpen el devastador silencio agitando aún más la conciencia de Kimo. Acompañando a los pasos, se puede distinguir el sonido de un bastón pesado y preciso. El bastón del Hombre al que Kimo teme más que a nadie en el mundo entero. La nariz del señor pitwick penetra en la habitación. Increíble el hecho de que el señor Pitwick hubiese crecido en altura 50 centímetros desde la última vez  en la que había sido avistado con sus dos metros y cincuenta centímetros de estatura.
 La intimidación de Kimo crece con su altura figurada. Sus miembros alargados y afilados son mucho más amenazadores de lo que suelen ser y sus gruesas gafas junto a su nariz aguileña forman una sombra siniestra sobre su rostro huesudo de pelo graso y ojos diminutos. La agitación de kimo es máxima y sus ojos se desvían disimuladamente hacia la máquina inmóvil.
- Sr. Chekowsky, me han llegado alarmantes noticias del departamento de recursos ambientales y biológicos-
Los malos augurios transmitidos por esa voz chillona y seca con ese insoportable seseo, provocado por la ausencia de varios incisivos frontales, penetran en la conciencia de Kimo de forma arrolladora.
-Se ha detectado un bloqueo en los movimientos de las esferas superiores. La flores están amarilleándose y las células están muriendo. Las nubes están estáticas. Las aves, los aviones, permanecen todos suspendidos en el aire por falta de gravedad. Todas las fuerzas físicas y químicas han desparecido. ¡No hay aire! ¡no hay energía en ningún rincón de la esfera terrestre! ¡¿Puede decirme que demonios ha ocurrido?!-
Kimo no tiene tiempo para pensar en una respuesta. Y un silencio muy largo puede crear sospechas
-Señor…Yo… Yo acabo de regresar del Rio vida, señor.
La cara del señor Pitwick indica que no se está creyendo nada de lo que está oyendo. Con gran velocidad y para gran pesar de kimo, Los globos oculares del señor Pitwick se posan sobre la máquina inmóvil.
-¡Por el amor de Dios! ¡Nebuoa! ¿Qué es lo que ha hecho, Chekowsky?
Kimo se siente menguar de forma trágica y el sudo ya le cubre por completo. Sus manos están rojas de tanto ser apretadas. La tensión del cuello le impide articular palabra. La respiración es cada vez más pesada. Tiene que dar una respuesta coherente. Tiene que dar un respuesta y lo tiene que hacer ya. Respira hondo y…
-No…no lo sé
-¡¿Qué no lo sabe?!
El señor Pitwick ya no puede más con su histerismo. Su cara se ha puesto de color bermellón y las venas le palpitan en la cara y en el cuello. Puede notar el latido de su corazón en los tímpanos incrédulos.
-Estaba así cuando llegué
-¡¿Qué estaba así cuando llegó?! ¡¿Es usted el principal responsable de Nebuoa y me dice que estaba así cuando llegó?!
Al señor Pitwick no le gusta gritar a pleno pulmón, pero esto ha llegado al máximo. No, es un hombre respetable que aborrece los escándalos, tiene que calmarse. Tal vez si deja de mirar a ese ser patético y diminuto, que le provoca unas nauseas incontrolables, le ayudaría en su propósito. Tiene que inspeccionar la máquina. Exteriormente no se aprecia daño alguno.No, nada. Lo único extraño es el hecho de su total inmovilidad. Las soldaduras siguen soldadas, no hay grietas ni abolladuras, ni quemaduras y la puerta del horno…el horno… Un pensamiento increíblemente fugaz cruza la mente del Señor Pitwick y las venas del cuello comienzan a dilatarse de nuevo. Debe modular su tono de voz, aunque con un increíble esfuerzo, para parecer un ser totalmente calmado y profesional
-Señor Chekowsky ¿Se ha asegurado usted de la alimentación constante de Nebuoa?


Kimo se ha quedado helado. No puede pensar. No sabe que es lo que puede hacer. Si cuenta la desastrosa verdad, le despedirán inmediatamente y acabaría por llevar a su familia a la ruina. No podrá vivir con ello. Nunca más se recuperarán y acabarán muriendo penosamente envueltos en un frío y hambriento olvido. Pero…si miente…No, si miente se arriesga al dementirium y eso supone el fin de todo. El dementirium (nombre bastante absurdo para semejante invento) es un sistema creado hace bastantes décadas atrás, que consigue indicar, a través de la captación de feromonas y una serie de reacciones químicas de gran complejidad, si el sujeto en cuestión es inocente de todo cargo o si por el contrario,  está mintiendo descaradamente. En el caso de que el sujeto a juzgar estuviese mintiendo descaradamente, siendo culpable de uno de los mayores crímenes que la sociedad contemporánea pueda concebir, sería castigado a doscientos cuarenta y siete latigazos. Estos doscientos cuarenta y siete latigazos son  propinados por una anónimo voluntario con un látigo de sal,  mientras el acusado cuelga de cabeza para bajo durante tres horas ininterrumpidas. Finalmente, tras tan justo tratamiento, el culpable reprimido sería desterrado de forma permanente, sin ropa y sin calzado de ningún tipo. Por lo que no es de extrañar que Kimo se lo tenga que pensar bien. Este silencio tan prolongado le resta credibilidad, lo que no es nada bueno. Kimo, por primera vez en su vida, se encuentra ante uno de esos dilemas que tantas veces le había planteado la Señorita Escavey en sus días de estudiante. Por primera vez en su vida, Kimo se encuentra ante el mayor de todos sus problemas y con muy poco tiempo para discernir una solución. Pensarlo bien y controlar sus emociones. Eso es lo que tiene que hacer. ¡Dios! Siempre había sido un tipo de lo más transparente que hay. Su madre siempre pudo descubrir que es lo que estaba pasando por su mente en un momento concreto con una simple mirada. Nunca ha podido mentirle a nadie. Y aun siendo uno de los actos más viles, siempre hay gente que consigue zafarse sin rasguño alguno. ¿Por qué estúpida razón él no puede? Ahora que le venía tan bien. Interminables segundos de sofocante reflexión. Se arriesgará. Está decidido, tomará la segunda opción y que se apiaden de su alma. El tiempo se había ralentizado. Kimo puede notarlo todo: como le corre e sudor por la piel, el sonido cada vez más audible de su corazón y de su cada vez más acelerada respiración. La expresión del Señor Pitwick, la densidad del aire, el calor asfixiante de la habitación, pero sobretodo, lo que más está percibiendo en estos instantes es una voz interna. Una voz diminuta y exaltada que con un eco continuo e interminable está chillando: ¡Cálmate! ¡Vamos, cálmate!


-¿Piensa contestarme hoy, Chekowsky?


Respiración profunda. Una respiración que dura una eternidad. La sequedad de la boca de Kimo y la tensión de su garganta finalmente dejan paso a los sonidos más inaudibles y entrecortados de toda la historia de la vida:
-Señor Pitwick…se lo juro…fui en busca de…de- “calmate, por Dios”- fui en busca de más diamantes para…para la reserva… y cuando volví…la máquina ya no funcionaba…señor…Tenía diamantes de sobra y Nebuoa había estado funcionando bien toda la mañana…Señor, se lo juro…alguien…


-Alguien ¿Qué?


-Alguien


-¡¿Alguien qué?!


-¡Alguien debe haber saboteado la máquina, señor!


-¿Saboteado? ¿Cómo que saboteado?


-Saboteado, señor. Alguien debe querer acabar con la vida…señor


-¿Acabar con la vida? ¡¿Espera que me crea que un ser extraño se ha materializado aquí para sabo…sabo…


-Sabotear, señor


-¡NO ME INTERRUMPA! ¡DIOS! ¿Se cree que soy tan estúpido para creer que alguien está lo suficientemente mal de la cabeza para querer acabar con la vida? ¡Digamelo otra vez, Señor Chekowsky! ¡Atrévase a repetirlo!


-Señor…yo


-¡Tú! ¿QUÉ?


-Yo sólo comparto mis teorías con usted, señor


-¿Sus teorías?


-Si, lo que me parece lógico y que por deducción razonable he llegado a concluir


-¡Ya sé lo que es una teoría, Chekowsky! Aunque lo suyo no es sólo una teoría ¡Lo suyo es el descaro más impertinente que he oído en toda mi vida!


-No, señor- “Tengo que ir hasta el final. Me he comprometido demasiado. No puedo echarme atrás” Con este pensamiento, Kimo traga saliva - y… ¡Y no voy a permitir que me trate me esta manera!


-¿QUÉ?


Lo ha hecho. Se ha enfrentado a sus miedos. Ahora lo único que tiene que hacer es continuar hasta el final.


-No voy a permitir que me llame mentiroso, señor- 


Este último señor ha sonado con una pequeña dosis de sarcasmo. Pero aunque se trate de un recurso bastante accidental, Kimo ha conseguido un resultado inesperado. El señor Pitwick está mudo por el asombró. Los dos están jugando fuerte pero ahora es el turno de Kimo.
En estos momentos, Kimo puede ver con toda claridad cada uno de los pensamientos que corren desenfrenados por la mente del señor Pitwick y como su cara empalidece al no encontrar una respuesta adecuada para esta asombrosa falta de respeto. Kimo tiene el control.


-En vez de acusarme vilmente, debería estar buscando una solución antes de que todo sea demasiado tarde.


La hesitación cubre el rostro del señor Pitwick y Kimo se apercibe de ello con toda claridad. Esto le da más fuerzas para poder seguir manteniendo el papel.


EL señor Pitwick no puede contestar. No posee ningún argumento sólido, ninguna riña astuta, ninguna forma de mofarse de esta pequeña peste. Tal vez esta nimiedad de ser vivo tiene razón y debía aceptarlo. Pero la idea de rendirse a los descaros de un hombre tan despreciable y tan insolente es una idea que jamás se le hubiese ocurrido concebir y a la que no puede decir si así sin más. Aunque, por otro lado, la idea de que al no hacerle caso pueda suponer la causa del desencadenamiento de un desastre inimaginable y su perpetua condenación, es aún más horrible. Kimo  observa como el señor Pitwick llega a la conclusión definitiva que él tanto ansiaba y que nunca había soñado. La decisión de creerle y salvarle el cuello.


-Muy bien, Señor Chekowsky. Muy bien. Ya que usted parece tan seguro de su teoría le propongo lo siguiente. Le ruego que se dirjía al Departamento de Conflictos y Sanciones para exponer así sus comprobadísimos hechos y solucionar el problema inminente de la muerte.
Le tocaba mover ficha y lo ha hecho increíblemente bien.
Kimo se ha quedado helado una vez más. Por un lado, asombrosamente, y por primera vez en su vida, Kimo es capaz de controlar todas sus emociones. Es capaz de no mostrar ningún signo de angustia exterior y ser así,  un auténtico profesional .Pero, muy dentro de Kimo, se encuentra ese sentimiento tentador que le quiere hacer gritar con todas sus fuerzas y salir corriendo con la mayor velocidad que su cuerpo menudo y redondo le pueda permitir.
 “Estúpido. Estúpido. ¿Pero qué estás haciendo? ¡El Departamento de Conflictos y Sanciones! Esos vejestorios desdentados y larguiruchos me enviarán a la flagelación sin pensarlo. Mira que me lo había advertido el Psiquiatra. Soy un personaje demasiado voluble. Acabaré cayendo. Lo sé”
Mas por mucha recriminación interna... lo que está hecho, hecho está.


-Muy bien, Señor Pitwick. Si ese es su deseo.


-Si, ese es mi deseo.
El señor Pitwick se encuentra con grandes dudas pero permanece inmóvil y en silencio.


-¿yyyaa? ¿Quiere que vaya ya?


EL señor Pitwick asiente con la cabeza exhibiendo una sonrisa de tremenda satisfacción consigo mismo.


-Pero señor, Tenemos que arreglar Nebuoa antes de realizar todos estos trámites burocráticos


-Soy yo quien decide el orden de prioridades, señor Chekowsky, y por lo tanto, yo decido que antes de que yo me encargue de arreglar este estropicio, Usted, Señor Chekowsky, irá a presentar declaración y  recibir así la decisión de sus sabias eminencias.


Indudablemente, Kimo está atrapado. Si pudiese retrasar el juicio, podía tener la suerte de o bien preparar una convincente declaración que le salvase el pellejo o que con el gran alivio de una solución rápida y eficaz todos se olvidasen de todo este embrollo. Mas, al ser algo tan inminente, y Kimo lo sabe muy bien, se quedará bloqueado y los ALFA19 se lo comerán vivo.


Caminando por un pasillo Lóbrego con el Señor Pitwick com acompañante, Kimo avanza despacio para encontrase cara a cara  con su destino.




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